Érase una vez en la mente. Cuando todavía el mecanismo en función podía ser digno de una mente.
Sucumbir a la oferta de placer efímero de una y otra noche en pocos minutos de un mismo día.
Cuatro voces en mi cabeza, nacidas de una sola, que siempre estuvo sola, y decidió accionar la división de sus puntos de vista.
Solo en un baño y acompañado por otros cuatro de mi mismo.
Cuatro tipos confundidos pero muy seguros.
Mas seguros de lo que eran por si solos que uno mismo de lo propio amalgamado en la rutina.
El primero, el mas frontal, racional y certero en sus comentarios, alerta a situaciones riesgosas y precaviéndome de lo que pasaría. Conciente de que no podía equivocarse. Pronósticos infalibles de quien no esta contaminado por instintos y placeres. Solo piensa, recuerda y asegura diagnósticos para el futuro.
En ese maravilloso mundo la conocía mejor que nadie, la tenia en mis brazos.
Y solo después de una mirada entre complicidad y deseo.
El que arruino la velada, el mas libre, ese que nunca sale por temor a ser Mirado. En su libertad, no es tan libre, pero hace y deshace sin ser captado por los otros tres. Este me lleva, con poder, adonde quiero ir. Hacia adentro y hacia fuera con un vagón cargado de mi mismo para despachar entre mis dientes y florecer en la primavera del desenfreno social de un grupo de almas que viven lo mismo, en el mismo instante y lo comparten todo sin ofrecerlo no recibirlo.
Otra parte viene de la profundidad, y no avisa, hace. Y si los demás están de acuerdo, mueven al cuerpo obsoleto como un títere.
Aquí, en esta esfera, no hay inteligencias, hay solo confusión y desentendimiento.
Hubo otros dos en la torta de ese día. Son los soñadores, y los observadores. Les gusta recordar la mirada de los otros pero nos dejan ignorarla. Hablan por nosotros como si fueran los demás. Y por sobre todo, se esconden rápidamente cuando acabo el discernimiento del accionar urgente y la necesidad.
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